Permítame hacerle una pregunta, ¿alguna vez en su vida se ha sentido desamparado o desamparada? En algún momento, enfrentando un gran problema o en medio de un gran conflicto, ¿ha sentido que las personas en que usted confiaba le han abandonado? Tal vez incluso los amigos queridos o la familia se olvidaron de apoyarle en medio de su necesidad.
La nación de Israel vivió un momento similar ante la amenaza de guerra. En ese entonces, el ejercito Asirio venía derrotando naciones con gran fortaleza, poder y crueldad. Este era un ejercito muy poderoso para el cual Israel no era rival. Perder la guerra frente a tal nación significaba perder la libertad, caer en la servidumbre viviendo como esclavos de los Asirios, perder todas las posesiones materiales como casas, riquezas y tierras, el arribo de calamidades como las hambrunas, pestes o plagas, la separación familiar ya que muchos eran tomados como esclavos y miembros de la misma familia eran enviados a diferentes regiones, y en última instancia la muerte.
Frente a este terrible momento en la historia de Israel, la nación escogida de Dios con la cual Él había establecido un pacto, Dios tiene palabras de consuelo, aliento y fortaleza animando a Israel a confiar en Él,
Pero tú, Israel, siervo mío eres; tú, Jacob, a quien yo escogí, descendencia de Abraham mi amigo. Porque te tomé de los confines de la tierra, y de tierras lejanas te llamé, y te dije: Mi siervo eres tú; te escogí, y no te deseché. No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia . . . Buscarás a los que tienen contienda contigo, y no los hallarás; serán como nada, y como cosa que no es, aquellos que te hacen la guerra. Porque yo Jehová soy tu Dios, quien te sostiene de tu mano derecha, y te dice: No temas, yo te ayudo. No temas, gusano de Jacob, oh vosotros los pocos de Israel; yo soy tu socorro, dice Jehová; el Santo de Israel es tu Redentor . . . Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y no las hay; seca está de sed su lengua; yo Jehová los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé. Isaías 41 (fragmentos).
Estas palabras son preciosas promesas de consuelo de parte de un Dios todopoderoso que tiene control sobre toda circunstancia y situación humanas. Pienso que cualquiera de nosotros desearíamos escuchar palabras similares de parte de Dios en medio de dificultades o calamidades. Pero Dios le habló así a Israel porque era su nación escogida, la nación con la cual Él había entrado en un pacto. Si consulta los capítulos 36 al 38 de Isaías se dará cuenta de cómo Dios liberó a Israel de tan terrible amenaza de guerra. Esto nos habla de la fidelidad de Dios hacia aquellos con quienes Él establece un pacto.
Hace un poco más de 2000 años, el Señor Jesucristo se sentó con sus discípulos a tener la cena de la pascua judía. Esta fue su última cena con sus amigos. Justo en el momento de la cena, el Señor levantó la copa de vino y la pasó a sus discípulos diciendo: “Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para perdón de los pecados.” (Mateo 26:27-28).
Con esta declaración del Señor entendemos que en la cruz Él derramó su sangre para dar perdón de pecados a todo aquel que verdaderamente confía única y exclusivamente en Él para salvación. Este es el nuevo pacto por medio de la sangre de Cristo, derramada para que los pecadores que se arrepienten y se vuelven de sus malos caminos para confiar en Cristo puedan entrar en el pacto de Dios y tener salvación y vida eterna.
Este es un llamado de Dios para aquellas personas dispuestas a reconocer que son pecadores. Esta bendición está completamente cerrada a aquellos que piensan que son buenos, que merecen la aprobación de Dios por sus buenas obras, que son mejores que los demás, que se creen personas de alta calidad moral, o quienes confían en otros mediadores que no son Cristo – en la intermediación de María o los santos. Todas estas personas están excluidas del nuevo pacto porque no se reconocieron como pecadores o han puesto su confianza en otros mediadores en lugar del Señor Jesucristo quién fue el que murió por nosotros.
Pero para aquellos que entienden que son pecadores y por tanto no merecen la gracia de Dios, aquellos que saben que no tienen nada bueno que ofrecer a Dios por su salvación, aquellos que ya entienden que sus mejores obras son insuficientes ante las demandas de la santidad de Dios, aquellos que aceptan que el juicio de Dios en contra de ellos es justo porque han vivido en rebeldía contra su creador, para estos la salvación está lista. Son estas personas con quienes Dios establece un nuevo pacto, un pacto firmemente fundado sobre la perfecta obra de salvación hecha en la cruz por nuestro Señor y el derramamiento de su sangre.
Dice Romanos 4:5 que Dios es quien “justifica al pecador.” Entonces el único requisito para entrar en este nuevo pacto es ser pecador, en otras palabras reconocer que soy un pecador, volverme a Dios en arrepentimiento sincero y confiar únicamente la obra que Cristo hizo en mi favor. Tal vez usted diga, “pero no estoy listo, yo soy un gran pecador, tengo que esperar,” y para eso la Escritura nos dice que Él vino a salvar a los pecadores de sus pecados. Así que si usted es un gran pecador, tenemos ante nosotros a un Gran Salvador el cual puede salvar al más duro pecador. Si usted es un pecador ya está usted listo, vuélvase a este misericordioso salvador en fe para recibir el perdón de sus pecados y la vida eterna.
Y si usted lo hace, le tengo buenas noticias. Usted no estará nunca más desamparado. Las promesas que Dios hizo a Israel también son para usted que ha entrado en el nuevo pacto de Dios y mejores aún porque en Romanos capítulo 8 el apóstol Pablo nos dice,
¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? ¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aún, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? . . . Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.
Si usted se da cuenta, para aquellos que han entrado en el pacto de Dios por medio de la fe en Cristo, las calamidades o penalidades de la vida no pueden derrotarles porque tienen un gran salvador que ha prometido, “no te dejaré ni nunca te desampararé.”
Le invito a acompañarnos a adorar al Señor este domingo a las 11 de la mañana en la Iglesia Bíblica Redención Alvarado. Vea nuestra dirección en la página en internet: redencionalvarado.org.
Reciba un abrazo en la gracia de Cristo,
Pastor Guillermo M.