“El Señor envió palabra a Jacob, y cayó en Israel. Y la sabrá todo el pueblo, Efraín y los moradores de Samaria, que con soberbia y con altivez de corazón dicen: Los ladrillos cayeron, pero edificaremos de cantería; cortaron los cabrahigos (higueras silvestres), pero en su lugar pondremos cedros. Pero Jehová levantará los enemigos de Rezín contra él, y juntará a sus enemigos . . . y a boca llena devorarán a Israel. Ni con todo eso ha cesado su furor, sino que todavía su mano está extendida. Pero el pueblo no se convirtió al que lo castigaba, ni buscó a Jehová de los ejércitos. Isaías 9:8-13
En el contexto histórico del pasaje, la nación de Israel se encontraba dividida en dos reinos. El reino del norte, conocido como Israel, era más prospero y poderoso. Los gobernantes de Israel no eran descendientes de la casa de David. En el reino del sur, conocido como Judá, los gobernantes eran los descendientes de la familia de David.
Desde el principio de la división, el reino del norte, es decir Israel, se volvió a la adoración de dioses falsos al crear un culto religioso en abierta oposición al culto establecido por voluntad de Dios en el templo de Jerusalén que era la capital de Judá. Conociendo la ley de Dios, ellos rechazaron sus mandamientos. Completamente envueltos en la adoración de dioses falsos importados de otras naciones, ellos se rebelaron contra el pacto que Dios había establecido con ellos por medio de Moisés.
Dios envió a sus siervos los profetas desde temprano y sin cesar para llamar a Israel al arrepentimiento y recordarles el pacto de Dios. Elías, el gran profeta del Antiguo Testamento, y su sucesor Eliseo predicaron en Israel para llamarle al arrepentimiento. Los profetas Oseas y Amós continuaron este ministerio. Pero en sus doscientos años de existencia, Israel nunca dio señales de arrepentimiento. En su gran prosperidad material, se aferraron ciegamente a su idolatría permitiendo además toda clase de abusos e injusticias a los pobres y necesitados.
Cumpliendo las advertencias de sus siervos los profetas, como juicio, Dios envía a la poderosa nación de Asiria a atacar a Israel. El pasaje nos dice que Efraín, la tribu más poderosa en Israel, y Samaria, la capital de Israel, con soberbia afirman su confianza en su propia fortaleza para reconstruir lo que las primeras guerras habían devastado, “los ladrillos cayeron, pero edificaremos de cantería . . .” Ellos afirman que no necesitan a Dios. Ellos pueden levantarse por sí mismos. Ellos no entienden que esta disciplina del Señor es un misericordioso llamado al arrepentimiento. El último antes de la destrucción total. Pero ellos no lo entienden, ni se convierten al Señor ni le buscan.
Finalmente, en el año 722 AC, Israel es totalmente destruida por los Asirios y los sobrevivientes son llevados como esclavos a otras naciones. Tristemente, su destrucción vino como consecuencia de su rebelión al no entender el llamado de Dios al arrepentimiento.
Este ejemplo nos muestra claramente que Dios usa las adversidades para llamarnos al arrepentimiento. Dificultades, conflictos, problemas, pueden ser el último llamado misericordioso del Señor para que usted se vuelva a Él en sincero arrepentimiento. Para reconocer que Él es Dios soberano, y que no nos debemos a nosotros mismos. Tal vez esta situación que usted piensa es una maldición, es la mano ciertamente severa pero bondadosa de Dios que amorosamente le llama a arrepentirse para evitar la futura destrucción total.
En la cruz el Señor Jesucristo experimentó la destrucción total de la justicia de Dios contra el pecado, para que nosotros no tuviésemos que sufrir por ello. La adversidad es el llamado de Dios a volvernos en fe a Cristo, y por medio de Él, a reconciliarnos con Dios y evitar la destrucción total.
Dios es muy misericordioso, perdonador y ayudador. Le animo a volverse al Señor. No solamente para buscar la solución a su problema, sino para seguirle a Él en obediencia por medio de nuestro Señor Jesucristo. Es mi oración que usted pueda entender esto a tiempo.
Un abrazo,
Pastor Guillermo Márquez.